La ocasión merecía la pena pues por fin iban a coincidir en el mismo espacio tres partes de una de las historias que aparecen en el libro: escritora, lectora y protagonista.
¿Qué os voy a contar de Amanda Manara que no haya hecho ya? Me fascina leerla casi tanto como me fascina escucharla o compartir unos cuantos vinos y voltios con ella. Por eso, ayer, una vez más, la noche fue corta pero inolvidable.
No puedo negar que siento envidia de ella, envidia sana pero, envidia al fin de al cabo. Sin embargo, me hace enormemente feliz saber que esa sensación se diluye tan pronto como pienso en el honor que me ha concedido de ser parte de algunos de sus relatos.
Por favor, déjame contarte más aventuras y mientras tanto, gracias Amanda, gracias de todo corazón.
PD: Me permito el lujo de reproducir el texto que ayer tuve la oportunidad de revivir (sin colocarme).
DELICATESSEN
Entró en su bodega favorita, evaluó diferentes variedades, estudió añadas, examinó color y transparencia, y finalmente se decidió por un carísimo vino del Priorato, de un precioso rojo picota con ribetes violáceos y encomiables aromas a grosella, pan de higo, canela y café. Pagó en metálico y salió de la bodega llevando la botella como si de un tesoro se tratase. Por la calle, mientras el tráfico endiablado teñía de mal humor la tarde, sonreía pensando en las próximas horas.
Tras un solo timbrazo, la blanca luz de la sala le abrazó. Siguiendo las indicaciones de la dómina, se desnudó, se colocó sobre el potro ginecológico y abrió las piernas. Se dejó insertar la cánula, ansioso, como el ahogado que encuentra el aire. Desde esa posición admiró de nuevo el tono cereza del vino, bajando ahora desde la bolsa de infusión por la goma transparente. Cerró los ojos. Sintió el frío líquido entrando por su recto, inundando su colon, imaginó esos pelillos minúsculos bailando enloquecidos al paso de la marea roja. Todo su cuerpo fue vid, sarmiento, barrica, roble, uva.
Nunca había degustado un buen vino con tanto placer. Ah, y el colocón, sublime.
Clismafilia: la excitación depende de recibir un enema (del griego clistér: 'lavativa').