Has empezado un nuevo juego, un juego en el que tú eres dueña de mis sentidos. Un juego en el que yo tan sólo puedo aspirar a disfrutar del sentido que hoy me hayas permitido utilizar. Eran siete, eran dos, eran cinco; no estoy seguro, hoy sólo se permite disfrutar de uno y quizás nunca vuelva a tener la conciencia humana de sentir todos de forma completa.
Sin embargo, esta reducción de mis sentidos no ha provocado sino una exacerbación de los mismos. Antes podía ver, tocar, oír, oler, etc. y mi vida era un conjunto de percepciones. Ahora, he de conformarme con explorar todos los recovecos que mi imaginación y el sentido que permanece liberado me permite.
Ayer pude verte, yacía inmovilizado cerca de ti pero al menos podía verte.
Antes pude oírte, oírte no sólo en forma de voz, sino a través de esos artilugios que rompen el aire antes de impactar contra mi cuerpo.
Otro día pude tocarte, tocarte, tocarte. ¡Qué sensación aquella de poder tocarte!
Hoy, es diferente, sigo inmovilizado cerca de ti y puedo olerte. Tu ser entra a través de mi conducto nasal y alimenta al resto de mis sentidos. Con tu olor puedo imaginarte, imaginar que te veo, que te oigo, que te saboreo. Nunca pensé que un solo sentido podría darme una visión tan amplia de ti.
Ha pasado mucho tiempo desde que me tienes levitando en algún lugar de tus dominios. Horas, minutos, qué sé yo. Mis sensaciones se limitan a lo que hay entre mi nariz y la máscara que llevo puesta. Estoy incómodo pero estoy en la gloria. Quién quiso ser libre pudiendo estar así.
Me citaste a las 12 y tras postrarme a tus pies fuiste privándome de los sentidos que hoy no iba a necesitar. Empezaste por las manos, unos gruesos guantes que a su vez, se unían entre sí me impedían distinguir lo que tocaba. Tan sólo sabía que mis manos estaban adheridas a mi cuerpo impidiéndome tocar cualquier otra cosa. El tacto había desaparecido.
Todavía podía oírte cuando cerraste la cremallera del saco que contenía mi cuerpo. El ruido de la polea me hizo sentir que éste era levantado y me encontraba levitando.
A continuación me pusiste algo en los oídos. Supongo que eran tapones de silicona pero nunca había experimentado tanto silencio.
Seguiste con una máscara que filtraba todo tipo de luz y me dejaba en la oscuridad más absoluta. Ya habías extirpado tres de mis sentidos y sin embargo los dos restantes no hacían más que sobreexcitarse como si previesen ser el próximo en desaparecer y quisiesen sobrevivir.
La saliva fluía de forma continua para aferrarse a uno de los dos restantes. Sin embargo, muy pronto noté como un objeto redondo e insípido entraba en mi boca y me impedía saborear. No comprendía lo que ocurría pues a pesar de todo podía respirar a través de él. Terminé deduciendo que quizás ese agujero serviría para introducir algún líquido, llegado el momento. Qué detalle, pensé, al menos no me deshidrataré.
Ya sólo quedaba uno y la sola idea de perderlo me hacía temblar. ¿Cómo sería encontrarse completamente aislado de lo que me mantiene conectado con el mundo exterior y por ende conectado a ti? La respuesta no tardó llegar cuando levantaste parcialmente la máscara que cubría mi nariz e introdujiste un tejido parcialmente húmedo.
De repente, el único sentido que quedaba empezó a volar al sentir tu fragancia. Ya no hacía falta ver, oír, degustar, ni mucho menos tocar. Habías entrado dentro de mi cuerpo y tu aroma paseaba no sólo por mis pulmones sino por cada una de las células de mí ser.
Para AC
Con los cinco sentidos
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