Todavía estoy intentando digerir lo que he vivido en las últimas treinta y pico horas.
Escribo este artículo desde la casa, donde por una horas me he sumergido en lo que ellos llaman: "Japanese Inspired Bondage".
A las 19:00 de ayer llegué al Café Monopol, en pleno Distrito Rojo, donde el “Maestro” estaba aguardando. Mientras disfrutábamos de un agradable café, bajo un delicioso y no habitual cielo azulado, esperamos a que su (nuestra) modelo llegase.
Reencontrarme, después de tantos años, con esta deliciosa pareja me hizo revivir mi primer curso de bondage allá por el año 2001 en el Rosas5. Ese curso, que según mi mentor, quizás me convierta en parte de la cuarta generación de “practicantes” europeos.
Desde entonces, he atado y me han atado muchas veces pero, siempre tuve la sensación de que me sabía a poco, de que me faltaba algo por hacer algo que no era capaz de realizar. A veces, por alguna extraña razón, me sentía lejos del concepto de bondage que veo con tanta frecuencia y me hizo cogerle algo de repulsión. Me parecía extremadamente aburrido pasar tanto tiempo atando a una bella Dama para tener que soltarla en unos minutos, cuando lo que me apetecía era dejarla colgada una eternidad. Me recordaba a las fallas que llevan meses de trabajo para ser fulminadas en unos minutos. Esto, unido a mis problemas de salud, distanciaron aún más mi alma de las cuerdas sin alma.
Recuerdo que incluso en una fiesta de Golfos, Mosca me preguntó si sabía suspender y mi respuesta fue que sí, que en el colegio suspendí mogollón de veces. No me sentía, ni mucho menos, con ganas de experimentar en público lo que casi no experimentaba en privado y era parte del cajón de los olvidos.
Tan sólo rememoraba esos momentos de aprendizaje cuando leyendo “Diosa” de Juan Abreu me hacía pensar en Laura, colgada de la mano del Maestro Yuko. Por eso, a raíz de la lectura del libro el pasado veinticuatro de Julio en Fetterati, mi interés por el tema fue in crescendo como si saliese de dentro de mi sin poder controlarlo; había abierto la caja de Pandora. Despacio, pero sin pausa, me empecé a plantear que era el momento de rescatar lo casi olvidado y avanzar un paso más. Intenté recordar lo que en su día aprendí pero la memoria me fallaba y lo que entonces parecía fácil ahora resultaba imposible.
Además, por si esto fuera poco, ver tantos “karadas” pululando en cada una de las fiestas me hacía pensar que esto del “shibari” no me ponía en absoluto y desgraciadamente el “Takate Kote” que en su día me fascinó andaba perdido en alguna de mis neuronas. Tan sólo parecía interesarme el “hobaku-jutsu” que quizás podría traducirse como bondage restrictivo/punitivo y que ha sido lo único que me ha mantenido en contacto con el bondage.
Total, que reencontrarme con el que fue mi primer y único maestro fue como un flashback cinematográfico mezclado con el miedo escénico de volver a estar enfrente de ella y de los metros de cuerda de 7 metros y 6 milímetros.
El primer día de clase (ayer) fue agotador, pues tuve que meterme una sobredosis de información que claramente no pude procesar. Caí en la tentación de intentar memorizar el recorrido de las cuerdas en la blanca piel de Nicole, cuando realmente mi deseo era que la cuerda fluyese, como de un lápiz fluye la escritura.
Cuatro horas después, mi cabeza quería explotar y sentía la terrible ansiedad de haber perdido el tiempo. Por eso, al terminar mi primera clase, me arrepentí de haberme embarcado en este complicado proyecto de reencuentro con las cuerdas.
Pienso que ellos se dieron cuenta de mi saturación y propusieron salir a disfrutar de unas piezas de sushi en un restaurante cercano. Estábamos, como ya he dicho, en pleno “Red Light District” así que todo estaba cerca, la perversión se palpaba, las tiendas desprendían un curioso olor a cuero y las mujeres, para que contaros …
La cena transcurrió en un ambiente relajado recordando cuando, junto con A, hicimos ese primer curso del que todavía conservo las fotos.
Recordé que aquel curso fue como dar una clase a un parvulario pues todos los que allí estábamos éramos cuasi principiantes y tan sólo 3, que yo sepa, continuaron activamente por la senda del aprendizaje mientras que el resto no creímos encajar, relegándonos de esa tercera generación.
Tras la cena, caí rendido como un bebé en una especie de colchón tatami rodeado de decenas de miniaturas femeninas que parecían decirme “átame, átame”, mientras mi mente no paraba de dar vueltas al cuerpo de Nicole.
La siguiente clase empezó a media mañana y afortunadamente esta vez sí pude disfrutar de la experiencia.
A pesar de que lo creía olvidado, algunas técnicas volvieron a fluir de mis manos y lo que creía imposible ocurrió cuando conseguí hacer lo que veis en estas fotos.
Después vinieron corsets sin ballenas, las posiciones imposibles que parecían romper su cuerpo, la belleza suspendida, los dedos jugando con las cuerdas, la maestría de quien te abruma con sus manos, el arte del bondage en estado puro.
Ahora, toca dormir y rogar que todo lo recuperado y lo recién aprendido no caiga en el cajón de los olvidos.
Gracias Mathias, gracias Nicole, han sido dos días deliciosos.