Dice un refrán popular: “Quita la tentación y quitarás el peligro” y a pesar de que me fascinan las tentaciones y llevarlas a cabo, creo que si quitamos la tentación de sacar fotos sin control en las fiestas a las que vamos, quitaremos el peligro de que alguien las use con el único objetivo de hacer daño. Además, el problema no suele estar en quien las saca, sino en el que las usa a posteriori para hacer un daño adicional.
Yo, ya lo viví una vez cuando alguien quiso atacarme a mi y a otras personas, publicando mis fotos en una horrorosa revista y, me di cuenta de que no merece la pena pasar por ello.
Por eso, una vez más, aunque me acusen de talibán y a pesar de ser fotógrafo aficionado, ruego a los organizadores de fiestas que se tomen en serio el tema en cuestión. Más vale tener unas pocas fotos buenas que ciento horrorosas y además, evitaremos problemas como el que Molécula nos cuenta en su post.
A un conocido de las fiestas golfas le han hecho una aparente putada. Alguien -él sabrá quién, supongo. Yo mordería hasta enterarme- le ha robado fotos comprometidas y se ha dedicado a distribuirlas entre sus compañeros de trabajo, familiares y amigos que no son del gremio.
Entiendo que esas cosas dan morbo, un morbo que te rilas. Cuando ridiculiza a alguien conocido, enseñando por ahí su vida privada y exponiéndola al escarnio público, hay quien se siente poderoso como el trueno y se sube en una especie de pedestal moral. Fíjate como molo en comparación con éste, mira.
Actualmente, mi conocido tiene un bajón impresionante, empanada mental, sentimiento de culpa y toda la vergüenza del mundo. Tan chungo se siente que no sé si se da cuenta de una detalle curioso: casi todos los que se ríen de él o le rechazan ahora tienen esqueletos en el armario que les avergonzaría enseñar, trapos sucios que lavar, secretos inconfesables que les pondrían en evidencia si se supieran. La vergüenza se personaliza a medida de cada uno, y todo eso que nos parece super-transgresor-osea no suele ser carne de consumo mainstream.